La masiva incorporación de mujeres a la vida laboral (en fábricas y comercios) en el último cuarto del siglo XIX, hizo que con la llegada de 1900 se plantearan una serie de demandas para mejorar las condiciones de trabajo de éstas, debido a que tenían unas larguísimas y duras jornadas con unos salarios muy por debajo de los hombres. Algunos informes médicos (que hoy en día carecerían de validez alguna) señalaban que el organismo de la mujer no estaba preparado para aguantar las mismas horas de pie que cualquier hombre.
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