Ante esta situación cabe preguntarse por el destino de estas orgullosas y arrogantes pseudo-democracias, violentamente desmitificadas y "desfetichizadas" al calor de la crisis. También sobre los Estados que desnudaron su verdadera esencia, convertidos, al decir del viejo Hegel, en “sociedades civiles disfrazadas de Estado”, en aparatos institucionales que en lugar de ser las esferas de la justicia y la ética universales descendieron al infierno del egoísmo universal y de la primacía de los intereses privados por encima del beneficio público.
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