No me refiero a ese fruto, primo del durazno, pequeño, de origen chino y textura aterciopelada; ni tampoco a la estación donde cruzan las líneas 2, 8 y 9 del metro de la Ciudad de México. Hablo de una lengua que los estudiosos han llamado «criolla», derivada de la combinación del español con los recursos gramaticales de lenguas filipinas distintas, como el tagalo y el cebuano. Algo así, como un «español filipino», poco comprensible para los hispanoparlantes.
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