Imagínate que una mañana cualquiera te levantas de la cama, te acercas a la ventana, la abres -si es que no la tenías abierta ya-, miras a lo lejos, respiras profundamente y, totalmente convencido de lo que vas a decir, exclamas: ¡Pues, a partir de ahora, todo esto, va a ser mío! Bueno, pues siento mucho desilusionarte, pero no te va a ser posible.
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