"Bueno, chicos, pues ya está”. Albert Rivera pronunció esas lacónicas palabras y se estrechó en un abrazo, uno a uno, con cada uno de los cinco miembros de su gabinete, a los que agradeció el trabajo de todos los años a su lado. Acababa de comparecer ante la prensa en el peor día de sus 13 años de carrera política: una debacle electoral sin paliativos le había sepultado en solo seis meses desde la tercera a la sexta fuerza en el Congreso.
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