Alguien pensó que no importaba perder en calidad y en placer de lectura con tal de que pudiera leerse en el panel de la cafetera. Nos han engañado: lo que manejamos no son libros electrónicos, sino textos volcados en un aparato con un software más rudimentario que el panel de una cafetera doméstica. Nadie nos ha explicado aún por qué esto es así. Hubiera sido más honesto que nos hubieran hablado de dispensadores de texto, en lugar de e-books o e-readers.
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