Durante una expedición a las Bahamas, un equipo de científicos con un submarino a control remoto grabó a una profundidad de 610 metros una “bola sin cerebro, sin ojos y sin color, cubierta completamente por barro” de unos 2,5 cm. La ameba gigante del género Gromia deja rastros sobre el lecho marino al rodar mediante la exudación de pequeñas porciones de protoplasma. Su existencia hace 550 millones de años implica "un golpe muy duro para la escuela de pensamiento que sostiene que los animales evolucionaron de forma lenta antes del Cámbrico”.
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