La Casa de Béla Bartók se halla en un barrio residencial. Bartók la alquiló en 1932 con el objetivo de estar cerca de esa naturaleza que tanto idealizaba, como dejó claro en su
Cantata profana. Aquí estaba tranquilo, en una periferia natural en la que ver conejos y ardillas. Quizás no veía los ciervos encantados ni las cascadas de los que hablaba en su cantata, pero los presentía. No era Bartók un urbanita de café, más bien al contrario.