Desde Belgrado me imagino a los españoles más pequeños y chillones de lo que realmente son; como esas jubiladas de metro y medio que se reúnen en las cafeterías a beber mosto y vermut, hablando de enfermedades que no han contraído y nietos que no han sido paridos. El silencio en España, al revés que en los Balcanes, parece ser incómodo. Los españoles devoran las palabras, los serbios saborean los silencios. Curiosamente nuestras digestiones duran lo mismo.
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