Suk Young recibió varios disparos, desapareció en combate y fue dado por muerto. Su cuerpo nunca apareció pero, desde ese momento, la familia Soon organizaba misas funerales cada año hasta julio del 2007, cuando Suk Tae recibió una llamada inesperada. Al otro lado del teléfono, estaba un voluntario de la Cruz Roja: «Su hermano no está muerto. Vive en Corea del Norte y ha pedido reencontrarse con usted», recuerda Suk Tae mientras remoja sus pies en agua caliente en un café tradicional de Seúl.
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