El egoísmo y el narcisismo imperante ha empobrecido esas conexiones: la solidaridad con el de al lado, la proximidad, gente con la que antes se hablaba y ahora no se les mira a la cara. Nos ha cerrado mucho más, y peor aún tras la pandemia. Estamos haciéndonos peores como sociedad y como todo. Esto engendra muchísima soledad, porque los vecinos, la calle o el bar siempre han sido refugio. Hemos pasado a ser un simple numerito, a nadie le importa nada la persona. Hemos perdido como seres humanos esa sensación, esa unidad, de tribu.
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