La llegada tiene mucho del arranque de una película de zombies. Algo le ha debido ocurrir a la humanidad, algo terrible que ignora el viajero mientras circula por un mundo del que se han borrado las personas. Un enorme edificio, solo hay eso. Nadie en la puerta, ninguna colilla en el cenicero, ningún taxi, ni maletas, ni besos de despedida en la acera. En el párking descansan solitarias dos limusinas, como el atrezzo de lo que debería haber sido y no fue. Recuerdan a cuando España significaba lujo y crédito fácil...
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