Debe prevalecer siempre y sobre todo lo demás el interés superior del niño. Este el principio general que rige las normas internacionales que tienen que ver con los menores y así ocurre también, por supuesto, con las referentes a las adopciones internacionales. El problema es que, como pasa en tantas ocasiones, dirimir qué es lo mejor para el niño se mueve en ese delicado y confuso espacio entre lo bueno y lo posible, lo deseable y lo menos malo
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