La noticia apenas ha tenido calado en nuestro país. Erase una vez, un país llamado Yugoslavia, un país cuyos dirigentes, cargados de nacionalismo orgánico, se encargaron de insuflar el odio a través de heridas nunca cerradas, heridas que se remontan a la Gran Guerra, heridas que hicieron de la primera generación de yugoslavos criados en paz, víctimas y verdugos de si mismos.
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