Un cambio regulatorio de 2005 (la creación del mercado de emisiones) propició que la gran hidráulica (que no emite CO2) y las centrales nucleares (que tampoco) comenzaran a obtener unos beneficios "no trabajados". Porque ni gran hidráulica ni nuclear habían mejorado sus procesos productivos, ni habían ganado eficiencia, ni nada que se le pareciera. Simplemente empezaron a obtener esos beneficios porque el legislador cambió ciertas reglas del juego. Les llamaron "beneficios caídos del cielo". El Gobierno estima que esos beneficios ascienden a 1.
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