En el agitado mundo medieval, la línea entre las fuerzas de la ley y las fuerzas del crimen era muy borrosa, y a veces las primeras eran tan delincuentes como las segundas. El bailío, o jefe de policía, de Arras a finales del siglo XIII, por ejemplo, era un infame individuo llamado Jehan de Beauquesne. Su corrupción era tan notoria que llegó a ser procesado por el conde de Artois. La escala de sus fechorías fue enorme: no menos de 50 casos penales en los que había estado implicado fueron investigados retrospectivamente por soborno, extorsión...