En 1857 varios misioneros católicos, entre ellos un obispo español, fueron asesinados en el imperio vietnamita por orden de la dinastía reinante, los Nguyen. En aquel momento sólo había dos potencias europeas con presencia constante en extremo oriente. Por un lado, Portugal, que poseía el enclave de Macao desde el siglo XVI, y por otro, España, que contaba con las Filipinas, una remota pero muy extensa capitanía general que los comerciantes europeos empleaban para comerciar con Oriente.