A Vox no se le vota con la cabeza. Ni siquiera con el corazón. Se le vota con el hígado, con el estómago y con los huevos. Es el partido de la testosterona y del "viva Epppaña", del complejo de inferioridad, del oscurantismo, del paraíso perdido en la última curva, no digamos cuando el cuarto gin-tonic aparece en la “madrugá” como argumento liberador de la conciencia y de la sensatez.
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