Lejos de las ciudades, oculta tras gruesos muros de hormigón y amparada por el miedo que da enfrentarse a la verdad, la industria cárnica perpetúa su poder. A excepción de las personas que trabajan allí, nadie puede acceder al interior del matadero. Desde fuera, sólo se alcanza a ver cómo camiones cargados de animales son desalojados entre gritos y golpes para, poco después, salir vacíos. Activistas organizan vigilias en los accesos a los mataderos con el objetivo de mostrar al mundo los últimos momentos de los animales condenados al matadero.
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