No fue un fenómeno único, y en muchas otras ciudades decenas de vicarios apadrinaban clubs, y salían en formación al frente de las bandas con sus alzacuellos bien visibles, junto a sus chupas de cuero negro y su casco con el emblema del club. Tanto Shergold como el resto amaban la velocidad y las motos lo mismo que la vida según las palabras de Jesús, y pensaron que impulsar estos clubes era una manera de reconvertir ese hastío genuinamente subcultural en algo positivo.
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