Hacia finales de los años setenta, Lluís Torrent, un joven promotor inmobiliario de Torroella de Montgrí (Girona), hizo el trato de su vida. Ocurrió cuando en su oficina entró un belga enamorado de la Costa Brava que le compró de una tacada dos inmuebles y, de paso, le puso sobre la pista de un negocio aparentemente anodino que acabaría siendo muy importante. Unos cromos de futbolistas que estaban arrasando en otras latitudes de Europa y nadie había llevado aún con éxito a España. Las colecciones de Panini.
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