Una mañana de primavera del año 464 a. C., una liebre se adentra en Esparta, trota hasta el centro de la ciudad y se detiene exactamente en el umbral de la puerta del gimnasio. Si era un dios benevolente o una liebre de verdad, en eso no vamos a entrar. A esa hora, el gimnasio está lleno de muchachos. Los niños y adolescentes espartanos viven acuartelados y dedican sus días a fortalecer el cuerpo y aprender el arte de la guerra. Es la agogé, la famosa educación espartana. Unos cuantos, cinco o seis, divisan al animal en la puerta (...)
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