Se han metido con mi forma de vestir, con mi voz, con mis capacidades intelectuales, me han tocado sin que yo quisiera, me han increpado mientras paseaba, me han escupido a la cara, me han mandado mensajes subidos de tono y mensajes amenazantes y, sin embargo, nada me ha dolido tanto como el desprecio absolutamente normalizado a mi físico.
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