Era la felicidad, como digo. Páginas y páginas. Un termómetro bajo la axila, que se caía al hojear los libros. La llegada del médico: un señor mayor que olía a tabaco y siempre llevaba un cigarrillo encendido entre los dedos, y que miraba tu garganta metiéndote en la boca el mango de una cuchara. Luego llegaba el practicante, que hervía la jeringuilla en un fascinante infiernillo de alcohol, hecho con el propio estuche, y te hacía ponerte boca abajo entre los tebeos y libros...
|
etiquetas: día , felicidad , colegio , leer , libros , tebeos , pérez-reverte