Desde su creación, la red social Twitter ha presumido de tener algo de lo que la competencia carecía: un ecosistema que permitía el sueño de la libre conversación global. Usuarios que no se conocen debatiendo desde distintos puntos del mundo, desde distintas culturas, sobre el asunto del momento en tiempo real. Algo impensable en otras redes sociales como Facebook o Instagram, construidas sobre la lógica de las parcelas de amistad. La receta para generar este ecosistema, joya de la corona de Twitter, se basa en dos ingredientes principales.
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