(...) Ni siquiera sé si le hablo en italiano o en castellano. Mi voz, todavía temblorosa, ha sonado alta, bien alta. Tanto que medio autobús está mirando y el otro hace por no mirar. Y, tras mis palabras, aun memorizando su cara de estupefacción, oigo una mujer: “Brava”. Otra más “brava”. “Brava”. Y dos más allá gritándole a él: “scendi”, “scendi” (bájate).
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