Una incursión en un estado independiente de facto, pero no de iure, que demuestra cómo sigue vigente la simbología soviética, al tiempo que el territorio está controlado por los magnates de Sheriff, una empresa de telefonía, seguridad propietaria del club de fútbol local que fue fundada por dos agentes del KGB. El club, no obstante, juega en la liga moldava, de quienes se quieren independizar. La situación de los moldavos que quedaron dentro de Transnistria, sin embargo, es peor que la de los eslavos que promovieron la independencia.
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