En un pueblo de 7.000 almas, entre las bucólicas colinas de Devon, se está cociendo desde hace siete años una revolución pausada y silenciosa. Cualquiera que llegue por primera vez a Totnes, no notará posiblemente la diferencia: los coches siguen circulando entre los caserones de piedra y –como los propios vecinos advierten– «aún no tenemos a las cabras pastando en los tejados verdes».
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