Me perturbó, como no podía ser de otro modo, entender que aquella ficción, su simplona idea de que “el fin justifica los medios” había creado en mí no solo una condescendencia hacia la tortura y a estela de muertos que dejaba el protagonista tras de sí, sino la indecente aceptación del crimen como herramienta para hacer una pretendida justicia.
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