Mi primer encuentro con la ketamina no salió bien. Puesto que he sido depresiva toda la vida —adopté la costumbre de estar desesperadamente triste en la adultez temprana y así he seguido—, había recurrido a una forma más experimental de tratamiento: las infusiones de ketamina, en las que un anestesiólogo inyecta con gentileza el medicamento en las venas de una persona triste durante unos 50 minutos y espera que eso la anime. La ketamina no es un psicodélico clásico, pero puede tener un efecto disociativo potente:
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