Aunque había una advertencia clara de ‘NO TOCAR’, el señor no se pudo resistir al movimiento hipnótico del reloj, y quiso investigar por su cuenta. Tras palpar y manosear repetidas veces el objeto, que llevaba tranquilamente colgado en la pared más de dos décadas, el mecanismo no pudo soportar la presión y cayó al suelo como un castillo de naipes, rompiéndose en pedazos. Mientras, el culpable ponía pies en polvorosa con la esperanza de que nadie se diera cuenta. ¡¡¡Que te crees tú eso!!!
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