Los callejones de Albarracín consiguen que la sensación de encierro se haga placentera. La falta de espacio hizo que sus viviendas se tuvieran que construir como toscos rascacielos de barro y madera. Ahora las fachadas se comban hasta que los aleros de los tejados parece que se fuesen a tocar. Pero en lugar de miedo al derrumbe, uno se siente perfectamente seguro en este escenario de fantasía.
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