Andreas Fichtner saca un cable de su funda protectora, dejando al descubierto un núcleo de vidrio más fino que un cabello —una frágil fibra de 4 kilómetros de longitud que está a punto de fusionarse con otra—. Es una tarea complicada, más adecuada para un laboratorio, pero Fichtner y su colega Sara Klaasen la llevan a cabo sobre una capa de hielo ventosa y gélida.
Tras un día de trabajo, han empalmado tres segmentos, creando un cable de 12,5 kilómetros de longitud. Permanecerá enterrado en la nieve y espiará la actividad del Grímsvötn, un peli
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