Las supersticiones, aun las que benefician de alguna manera a la sociedad y a sus individuos, tienen una gravísima tara: son acríticas. Se mantienen por tradición y quienes las mantienen jamás se plantean por qué las cosas han de ser así, al contrario, se levantan tabús para protegerlas. Y ay de aquel que se atreva siquiera a cuestionarlas, muchos han muerto por eso. Ocurre que las circunstancias cambian, y la que un día pudo ser una idea más o menos buena, hoy puede ser pésima, convirtiéndose los tabús en graves taras para la sociedad.
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