Como bien apuntaba Calderón, ese genio con alma de neurocientífico, la vida es sueño. Cierto, pero no por elección propia. Nuestro cerebro responde a la llamada de Morfeo de manera unilateral y, como si de una madre con zapatilla en mano se tratara, nos impide tomarnos esa última copita o pasar ilimitadas noches en vela delante del televisor. Pero, ¿por qué todos los días y de manera inexorable esta sensación de sopor, estos ojos flojos, este hilillo de babilla?… y siempre cuando la serie se pone más interesante.
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