Según un piadoso espejismo neoliberal el trabajador y el empresario han de acordar “libremente” las condiciones de su relación laboral. Dos partes iguales negociando. Por eso suponen que mejor que laboral esa relación es preferible sea mercantil, como si todos fuésemos trabajadores autónomos. Y, ya puestos, sobran interferencias: ni sindicales, ni gubernamentales. Un mundo feliz para una subordinación radical y una extrema dependencia del trabajo al capital.
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