Se hace difícil imaginar que exista alguien a quien le guste que le suban los impuestos. Salvo personas de profundas convicciones redistributivas, el sueño de todo ciudadano es tener el máximo dinero posible en el bolsillo para gastarlo. El terremoto fiscal iniciado a principios de los 70, cuando los residentes del Orange County californiano se rebelaron contra los impuestos porque no querían financiar los distritos vecinos, más modestos, no ha cesado de amplificarse con los años.
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