Hace ya muchos años que vengo diciendo que el planteamiento del negocio del libro impreso no tenía ningún sentido. Se trataba de un negocio donde el producto, viniera de donde viniera valía siempre lo mismo. Es decir, daba igual quien lo imprimía, quien lo editaba, quien lo vendía, y lo que es más importante, quien lo escribía. Su precio solía oscilar entre los 20-25 euros. ¿Tiene ésto algún sentido? ¿Se imaginan ustedes que una televisor de 40 pulgadas valiera lo mismo, independientemente de quien lo hubiera fabricado o diseñado?
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