Para los que no somos muy entendendidos y reconocemos incluso nuestro analfabetismo vinícola, ese momento en que el camarero vierte una cierta cantidad para efectuar la cata se convierte en un ritual en el que nos sentimos auténticos inadaptados con la consiguiente vergüenza de no saber cómo nos tenemos que comportar: ¿hay que mover la copa?, ¿tenemos que oler el contenido?, ¿hay que beberse todo o hay que dar solo un pequeño sorbo?, ¿y si realmente no nos gusta, aunque se haya descorchado la botella, podemos pedir que nos traigan otro?
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