A finales del año pasado, el catedrático Daniel Aranda, de la Universidad de Granada, montó un buen revuelo con la publicación de una carta abierta en la que, entre otras cosas, lamentaba el “desinterés” estudiantil por las clases. Universitarios de todo el país replicaban los siguientes días al profesor con el argumento de que muchos de sus compañeros de profesión no lo ponen especialmente fácil: “Se dedican a leer transparencias”.
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