A finales de los 90, el dictador iraquí Saddam Hussein se reunió asiduamente con una enfermera y un calígrafo islámico para elaborar la reliquia más macabra del régimen: un Corán de 600 páginas escrito con 27 litros de sangre extraídos semanalmente durante dos años de las arterias del dictador. El estrambótico Corán, que se exhibe en la gran mezquita de Bagdag, resulta un regalo envenenado para el régimen iraquí, que trata de pasar la ominosa página del baazismo.
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