«Fue un susto gordo. El sonido se metió dentro del local y después reventaron los cristales hacia la calle», relata Eduardo Fernández, el propietario de la expendeduría. «No sé si el caza bajó demasiado con sus maniobras o enfocó hacia esta zona más de la cuenta. Parece que fue a raíz de que rompiera la barrera del sonido», apunta el estanquero.
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