No es un restaurante con estrellas Michelin, ni ofrece menús degustación, ni cuenta listas de espera para conseguir una mesa. Pero aparece en las guías de todo el planeta, atiende a 200.000 clientes anuales, sirve 300 paellas diarias, ha dado de comer a numerosas personalidades y, sobre todo, no ha cerrado un solo día desde que abrió –primero como café– hace 175 años en el primer edificio de la ciudad al que llegó el agua corriente.
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