Renuncié a mi trabajo y no me he convertido en un monstruo: estoy bien. De hecho, nunca me había sentido con tanta energía creativa y me parece que eso es bueno. Creo que la mayor parte de eso que llamamos presión social puede resumirse en una pregunta cotidiana: “¿En qué trabajas?, ¿Para quién o en dónde trabajas?” [...] Me cuesta creer que haya gente de mi edad que sigue soñando con jubilarse para dedicarse a aquello para lo que nació.
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