La distribución del relieve de la Península Ibérica es un auténtico capricho de la naturaleza. Las fuerzas que provocaron los movimientos orogénicos que dieron lugar, primero al gran zócalo, que se extiende por buena parte de la península, y posteriormente un nuevo choque de placas que acabó de formar las morfoestructuras que hoy conocemos, han hecho que estas tierras tengan unas características climáticas muy divergentes en relativamente poca superficie.
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