Pocos gestos hay tan honestos, puros y civilizados como soltar una hostia. Sin advertencias ni miramientos. Pertenece a esa clase de actos excepcionales que le proporcionan a uno —el que pega— la satisfacción del deber cumplido. Como salir a correr a las seis de la mañana, cenar una ensaladita de apio o incluso no salir a correr a las seis de la mañana (...) Por eso Mario Vargas Llosa atizó con generosidad a Gabriel García Márquez en el vestíbulo del Palacio de Bellas Artes de Ciudad de México el 12 de febrero de 1976.
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