Hace cinco años, una cuadrilla de muchachos inquietos decidió okupar la plaza de toros de Caracas. No era por okupar, claro está, su objetivo era más ambicioso. Querían convertir el ruedo en lugar de ensayo, los tragaluces en bambalinas, levantar una escuela de artes escénicas y desterrar la lidia para siempre.
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