Según una investigación publicada por Frontiers in Psychology, su origen radica en la sorprendente conexión que tienen las manos y la lengua en el cerebro. Esto se debe a que al haber mucha actividad en las neuronas que controlan las manos y los dedos, se provoca un exceso de energía que se puede derramar en otras neuronas cercanas, entre las cuales se encuentran las que gestionan la actividad de la lengua y la boca.
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