Estos días el Ayuntamiento de Madrid, dentro del programa de celebraciones de los 400 años de la Plaza Mayor, ha instalado césped natural en ella. Y eso nos ha permitido vivir algo que muchos nunca habíamos imaginado: que una plaza dura, en la que apenas no hay sitios para sentarse aparte de las terrazas, una plaza por la que es incómodo pasear y en la que no hay nada más que adoquines, se convierta en un lugar de disfrute. Sin tener que consumir, claro.
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