Ahí están, siempre a nuestro alrededor, nunca a nuestro alcance: detrás de un biombo infranqueable, de la puerta de un despacho o en las últimas plantas de los rascacielos. Traje, canas y un vientre retenido por una camisa impoluta. Si te cruzas con ellos en la calle, automáticamente saben quiénes son. Ellos son los amos, los señores de las empresas, de la política, de los bancos, de todo. Unos con otros se reúnen y deciden el mundo. A medida, claro.
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